La versión original de esta historia apareció en Quanta Magazine.
En la película Oppenheimer, Niels Bohr desafía al físico al inicio de su carrera:
Bohr: El álgebra es como una partitura. Lo importante no es “¿puedes leer música?” Es “¿puedes escucharla?” ¿Puedes oír la música, Robert?
Oppenheimer: Sí, puedo.
No puedo oír el álgebra, pero siento la máquina.
Sentí la máquina incluso antes de tocar una computadora. En la década de 1970 esperaba la llegada de la mía primera, un Radio Shack TRS-80, imaginando cómo funcionaría. Escribí algunos programas simples en papel y podía sentir la máquina que aún no tenía procesando cada paso. Era casi una decepción finalmente escribir el programa y solo obtener la salida sin experimentar el proceso que ocurría por dentro.
Incluso hoy, no visualizo ni oigo la máquina, pero me canta; la siento zumbando, actualizando variables, ejecutando ciclos, ramificando, buscando, hasta que llega a su destino y proporciona una respuesta. Para mí, un programa no es un código estático, es la encarnación de una criatura viviente que sigue mis instrucciones hasta una (con suerte) conclusión exitosa. Sé que las computadoras no funcionan físicamente de esta manera, pero eso no detiene mi máquina metafórica.
Una vez que comienzas a pensar en la computación, comienzas a verla en todas partes. Toma el envío de una carta a través del servicio postal. Mete la carta en un sobre con una dirección y un sello, y colócala en un buzón, y de alguna manera acabará en el buzón del destinatario. Ese es un proceso computacional—una serie de operaciones que mueven la carta de un lugar a otro hasta que alcanza su destino final. Este proceso de enrutamiento no es diferente a lo que sucede con el correo electrónico o cualquier otro trozo de datos enviado a través de internet. Ver el mundo de esta manera puede parecer extraño, pero como se dice de Friedrich Nietzsche, “aquellos que fueron vistos bailando fueron considerados locos por quienes no podían oír la música.”
Este sentido innato de una máquina en funcionamiento puede aportar una perspectiva computacional a casi cualquier fenómeno, incluso a uno tan aparentemente inescrutable como el concepto de aleatoriedad. Algo que parece aleatorio, como una moneda lanzada, puede ser totalmente descrito por algún complejo proceso computacional que produce un resultado impredecible de cara o cruz. El resultado depende de innumerables variables: la fuerza, el ángulo y la altura del lanzamiento; el peso, el diámetro, el grosor y la distribución de masa de la moneda; la resistencia del aire; la gravedad; la dureza de la superficie de aterrizaje; y así sucesivamente. Es similar al barajar una baraja de cartas, lanzar dados o girar una ruleta—o generar números “aleatorios” en una computadora, que solo implica ejecutar alguna función deliberadamente complicada. Ninguno de estos es un proceso verdaderamente aleatorio.
La idea se remonta a siglos atrás. En 1814, en su Ensayo filosófico sobre probabilidades, Pierre-Simon Laplace describió por primera vez una inteligencia, ahora conocida como el demonio de Laplace, que podía predecir estos resultados:
Fuente y créditos: www.wired.com
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